Encapsulados

OPINIÓN 20/04/2015 05:00 Actualizada 05:00

Es justo aplaudir a los policías que cumplen honorablemente con el trabajo que los contribuyentes les pagamos. Pero el cumplimiento del deber en estos menesteres, obliga al uso del criterio para no incurrir en abuso o injusticia. A menos, claro está, que lo que se pretenda sea extorsionar, encubriéndose con el supuesto cumplimiento del deber.

No me desagrada, como creo que tampoco a usted, el operativo que la policía capitalina realiza desde hace un par de meses para retirar a todos aquellos automóviles que se suben a las banquetas para estacionarse en avenidas tan conflictivas como Insurgentes Sur.

Pero los policías de esta sufrida capital de plano se pasan. Le contaré por qué lo digo y lo haré sin más afán que recordarle al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera y al secretario de Seguridad Pública, Hiram Almeida que la policía está para cuidarnos y servirnos, no para abusar de nosotros y ofendernos.

La noche del sábado salía de cenar con mi familia del restaurante japonés Wa, ubicado en Insurgentes Sur 1843, San Ángel Inn. En la bahía que, debo suponer, el establecimiento hizo en la banqueta para el ascenso y descenso de personas, así como la entrega y recepción de autos al valet parking, estaba parado un compacto gris, con dos niñas en la parte trasera y sus padres discutiendo con una patrulla y un motociclista de tránsito. Después supe que la pareja se había detenido en la bahía en espera de que saliera uno de los empleados del restaurante, por lo que se los llevaría la grúa.

Mientras veía y escuchaba los argumentos de una y otra parte, más por metiche que por obsesión profesional, aguardaba la entrega de mi camioneta. De pronto irrumpieron muchas luces, sirenas, walkie talkies, agentes de a pie, patrullas y motociclistas. Un aparatote. Llegue a suponer que el hombre del auto gris había cometido una falta mayor.

Era tal el despliegue, que la gente que circulaba por Insurgentes se detenía a ver qué ocurría, mientras que, en la banqueta y en la bahía, se congregaban más comensales para reclamar sus autos.

En eso llegó el mío. El valet lo detuvo dentro de la bahía. Los autos de mis hijos quedaron atrás, a mejor recaudo en el estacionamiento de una tienda de conveniencia. Más tardamos mi mujer y yo en subirnos al carro, que los policías en bloquear nuestra salida. Unos 50 agentes nos encapsularon, una videocámara nos grababa y los "polis", con sus ‘smartphones' nos sacaban fotos desde diversos ángulos.

Cuando pregunté a uno de los agentes qué ocurría, respondió, molesto por tener que dar una explicación, que estaba estacionado sobre una banqueta y que me iba a levantar la grúa. Repliqué lo que él mismo y aquel tumulto de ‘cuicos' habían visto: que el valet del restaurante donde acababa de cenar me había entregado mi camioneta en la bahía que, supongo, el establecimiento creó para ese fin.

Otro policía, más prepotente que el primero (de ambos tengo su número de placa) dijo: le perdono la grúa, pero lo voy a infraccionar. Laura, mi mujer (que sin deberla ni temerla recibió hace tiempo un balazo en el ojo derecho, disparado por un energúmeno que peleaba con el taxi que la transportaba por calzada de Tlalpan, y que esa policía no fue capaz de identificar y detener), se puso muy nerviosa, justificadamente alterada. Entonces dije: ‘Levánteme la infracción'. Entregué licencia y tarjeta de circulación, mientras trataba de calmar a mi mujer e indicaba a mis hijos que se fueran de ahí para no quedar atrapados en el mismo lío.

Uno de los responsables del valet me dijo que eso me pasaba por no haberme subido rápido al carro, que los policías nada más andaban buscando a quién infraccionar. ¿Qué tal? ¿No será que actúan coludidos? El gerente de restaurante salió, apenadísimo, a decirme que ellos reembolsarían la infracción.

Ya había pasado un rato y no me devolvían mis documentos. Me dirigí a la agente que tenía los papeles y le dije que terminara de infraccionarme y me devolviera licencia y tarjeta. Todavía se tardó unos minutos más. Finalmente, mientras patrullas, motos y agentes abrían un hueco para que yo saliera de ahí, uno de los oficiales me dijo: ‘Debería darme las gracias de que no lo enganché con la grúa y sólo lo infraccioné'.

Dejé pasar la insolencia porque desde el accidente de mi esposa y su milagroso salvamento, ya ni me enojo, ni me peleo, ni discuto. Menos con policías. Y así, mientras salíamos del atolladero, de todas partes de aquel conglomerado policiaco se alcanzaba a ver los flashes de las fotos que nos tomaban. ¿Por qué?, ¿para qué? Pues ellos sabrán. ¿Qué, si había bebido? Sííí, dos limonadas. ¿Qué, si me enojé? Nooo, más bien me asusté. Y mientras éramos fotografiados le dije a Laura: ‘Posemos como para selfie'.

@RaulRodriguezC
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