La espiral de la violencia

OPINIÓN 19/11/2014 05:00 Actualizada 05:00

¿De verdad fue por un celular robado que un policía rompió la siempre frágil estabilidad de la UNAM en medio de esta crisis que tiene al país en vilo, con el Politécnico parado desde hace cincuenta días y manifestaciones cada vez más violentas por la trágica desaparición de 43 normalistas y por la inverosímil e incompleta investigación de la PGR?

Cuesta trabajo creerlo, pero esa fue la explicación que dio la PGJDF después de que aparentemente el policía de investigación Luis Javier Aguinaga Saavedra hirió de un disparo en el muslo, dentro de Ciudad Universitaria, al alumno de Filosofía y Letras, Miguel Ordaz Agustín.

El policía de investigación acompañaba al oficial secretario del Ministerio Público, Rodolfo Lizárraga Rivera y a dos peritos. Realizaban una diligencia por el robo de un celular, cuando un pequeño grupo de estudiantes de Filosofía y Letras les cuestionó qué hacían. Los jóvenes dicen que los estaban videograbando y el policía asegura que ellos los agredieron, por lo que disparó al aire.

¿De verdad este hombre no sabía que el comal no estaba para bollos, que era inoportuno e imprudente hacer semejante diligencia en circunstancias tan críticas para el país y tan delicadas en la UNAM? Cuesta trabajo creerlo.

El caso es que una bala dio en el muslo de Ordaz Agustín, de 31 años, quien probablemente entró ya grande a estudiar la carrera de historia o, de plano, es un fósil, condición ésta, de ser el caso, que tampoco justifica que un imprudente policía le meta una bala en la pierna.

Esa noche de sábado, la situación parecía salirse de control: los jóvenes agredidos prendieron fuego al auto de los agentes y granaderos del DF se desplegaron en el perímetro de CU para apoyar a los bomberos, dice la información oficial.

Al día siguiente, domingo, el gobierno del DF pidió una disculpa a la UNAM, procesó al policía por abuso de autoridad y lesiones, y cesó del cargo al jefe de la zona sur de Seguridad Pública, Luis Martín Rodríguez Jiménez, responsable del despliegue policiaco.

Cuesta mucho creer que sea tanta la torpeza oficial o que sea cien por ciento legítima la protesta por los desaparecidos de Ayotzinapa de quienes se autodenominan anarcos, atrincherados en el auditorio Che Guevara, a partir de la excesiva interpretación de la autonomía como extraterritorialidad.

Desde las dos partes se huele el tufo de provocación, misma que antecedió al endurecimiento ayer del discurso del gobierno.

El propio presidente Peña Nieto dijo ver intenciones desestabilizadoras del proyecto de Nación que impulsa con sus reformas estructurales, lo que ya sonó como a los erróneos argumentos gubernamentales al explicar la movilización estudiantil de 1968.

Y el Presidente no sólo ve en la violencia ese afán desestabilizador, también lo ve en el hasta ahora insuficientemente explicado escándalo de la residencia de 7.5 millones de dólares que su esposa adquirió en Las Lomas y que está a nombre de un contratista amigo que, junto con una empresa china, habían ganado la hoy revocada licitación del tren rápido a Querétaro. Peña Nieto informó, por cierto, que lo que llamó “falsedades” dichas sobre el asunto, serán aclaradas en los próximos días por su esposa Angélica Rivera.

Entre tanto, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong dijo desde Morelos que el gobierno ya no permitirá que escale la violencia y sentenció que ésta no se puede combatir con más violencia. Que no es permisible, pues, que la violencia brutal que significó la desaparición de los 43 normalistas y presumiblemente su muerte y pulverización, se corrija y se castigue violentando a terceros y destruyendo sus propiedades.

Se lo dijo, por supuesto, a quienes han causado destrozos y quemado inmuebles, entre los que sin duda están los provocadores de ambos bandos.

Pero decir que la violencia no se combate con más violencia, también aplicaría al Estado. ¿Resolverá con violencia esta espiral de violencia o la atizará?.

Es justamente ahí donde están entrampados: si el Estado no usa la fuerza, malo, porque seguiría permitiendo que grupos violentos violen la ley; pero si la usan, también malo, pues es casi seguro que la reacción será peor y esa violencia nos desborde a todos.

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