Pillaje y necesidad

OPINIÓN 19/09/2014 05:00 Actualizada 05:00

Miguel de la Madrid no fue el responsable del terremoto ni de las devastadoras y trágicas consecuencias que dejó hace exactamente 29 años, como tampoco lo es Enrique Peña Nieto del huracán Odile, que destruyó una buena parte de Los Cabos y La Paz, en Baja California Sur, y mantiene a pobladores y turistas aislados, con muy poca comida y nada de agua potable, luz, ni teléfono.

De lo que sí fue responsable De la Madrid aquel 19 de septiembre de 1985 y días subsecuentes, fue de la lenta, acobardada y caótica reacción de su gobierno, ante el tamaño de la tragedia y la emergencia. Incluso, su titubeante proceder dio paso a uno de los movimientos sociales más sólidos y articulados de los últimos tiempos, el de los reclamantes de vivienda, que dio base al fortalecimiento de la oposición de izquierda, a la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en la elección presidencial de 1986 (desconocida por el fraude de Carlos Salinas de Gortari) y al triunfo del PRD en la ciudad de México desde 1994.

Aunque desde hace 29 años no sacude al país un desastre de tal magnitud, aquellos acontecimientos sirvieron de ejemplo a los gobiernos para reaccionar ante las desgracias naturales a tiempo y con inmediata presencia. Así lo hicieron, unos con más agilidad y efectividad que otros, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón.

Hace un año con Manuel en Acapulco y hoy con Odile en Baja California Sur, el gobierno de Peña Nieto reaccionó y se movió rápido. Desde el domingo 14 de septiembre en la mañana, la Conagua convocó a una conferencia de prensa urgente en la que confirmó que el huracán venía fuerte y pegaría directo en Los Cabos. Abrió así un espacio de más de 12 horas que permitió a la gente ponerse a buen resguardo. La mortandad, por el desastre natural fue casi nula, un muerto y un desaparecido hasta anoche. El 15 de septiembre se empezó a movilizar la ayuda a los afectados y al día siguiente, después del desfile, Peña Nieto hizo su primera visita a la zona afectada. Vamos, se siguieron los protocolos.

Sin embargo, la situación se descompuso en el transcurso de las horas. El huracán le había causado daño a un cuarto de millón de personas en Los Cabos, La Paz y otros municipios sudcalifornianos. Aunque el envío de ayuda se hacía lo más pronto que permitían las limitaciones de distancia y tiempo, mucha gente se vio de pronto sin agua potable, sin teléfonos, ni techo; sin trabajo ni un lugar a dónde poder acudir para la atención de alguna herida, debido a la falta de luz; y finalmente, con muy poca comida.

Y entonces empezó el saqueo. ¿Si usted no tuviera agua y comida, y una de las opciones para obtenerlas fuera robarlas, lo haría? Es ahí donde aparece por primera vez una palabra que está en el fondo de todo esto: necesidad.

Muchas imágenes documentan, en efecto, a señores y señoras saliendo de las tienditas y de los almacenes con garrafones de agua, pan, latas, comida. Pero de pronto se empezó a ver a otras que salían con pantallas, lavadoras, refrigeradores. ¿Esto último les iba a ayudar a solucionar una emergencia como la que viven? Por supuesto que no. Y supongo que si le preguntara a usted si lo haría, la respuesta, esta vez, sería un no.

Pero ahí está otra vez esa palabra del fondo: necesidad. Muchos de los responsables de ese pillaje no están en condiciones de aspirar, ni en sus sueños más salvajes, de adquirir ese tipo de equipamiento. Es más, ni siquiera creo que vayan a conservarlo. Más bien van a venderlo para obtener un dinero que complemente sus magros ingresos y que ayude a solventar los difíciles días que vienen. Por eso le digo, es la necesidad.

Y mientras soldados, marinos y federales se concentraban en las zonas más afectadas y en evitar el pillaje, grupos de delincuentes robaban los grandes hoteles del lugar y las residencias de quienes tuvieron tiempo y recursos para alejarse lo más posible del golpe del meteoro. Estos últimos no se pueden remitir, desde luego, al concepto de la necesidad, pero sí son producto de otra de las razones que están en el fondo de la explicación de estos fenómenos sociales: la absoluta ruptura del tejido social.

Por eso, en lugar de la inmediata solidaridad de aquel trágico 1985, hoy, 29 años después, se imponen el pillaje y el saqueo, haciendo a un lado el sentido de comunidad, después de años y años de necesidad, carencias, sueños postergados. Por eso, cansados, jalan cada quien para su santo.

No es por tanto la causa una ausencia institucional o reacción titubeante de gobierno. Es la devastación de la naturaleza de un día a día ya devastado por la crisis, la falta de empleos, los salarios de miseria. ¿Cambiarán eso las reformas?

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