¡Viva la consulta popular!

OPINIÓN 17/09/2014 05:00 Actualizada 05:00

¿Somos un país independiente en el sentido más amplio del término? ¿Se puede serlo en los tiempos que corren? ¿Los derechos nacionales y el internacional hacen valer la soberanía? ¿O es un concepto que ya es obsoleto y debe cambiarse? ¿O sólo hay soberanía para los grandes polos del poder político mundial y no para los satélites subordinados a ellos?

No faltarán quienes dirán que esta retahíla de preguntas, son la expresión de ideologías rebasadas —cuyo fin ha sido anunciado en teorías por cierto muy ideologizadas— por la irrupción en el mundo de la globalización. Ocurre, sin embargo, que acontecimientos recientes lo ponen en entredicho y, por el contrario, apuntan otra vez a la “balcanización”, es decir, a la fragmentación de un todo en partes. Eso pasa en Ucrania, que reclama su soberanía a Rusia, polo de poder político que, en ejercicio de la suya, opera para fragmentar a un vecino que se niega a quedarse en su órbita para incorporarse a otros polos de poder, el de Europa y Estados Unidos. Y pasa también entre Israel y la vieja Palestina, conflicto secular cuya expresión más reciente pasa por una reclamación de soberanía de Israel, muy bien vista por su aliado Estados Unidos; y la misma reclamación de los territorios de Gaza y Cisjordania, repudiada por quienes reclaman lo mismo que ellos.

No se trata de negar, por supuesto, que el mundo es cada vez más interdependiente. Pero la globalización sólo parece ser buena y efectiva para quienes la ejercen y se benefician de ella, que son los mismos que propician la “balcanización” de los otros. Éstos que se jodan para que opere la globalización. O sea: hágase la voluntad de Dios pero en los bueyes de mi compadre.

Toda esta perorata vino a la mente mientras el presidente Enrique Peña Nieto encabezaba, en dos tiempos, los festejos patrios de este año. Primero con El Grito, ceremonia que, debo confesar, desde niño me ha gustado. En Palacio, los cadetes, los suntuosos pasillos, la familia presidencial, los miembros del gabinete y sus parejas emperifolladas, y sobre todo, el recuerdo del símbolo: un grito de libertad, una excitativa a convertirnos en un país independiente. En la plaza, la gente, entusiasmada, haciendo de su condición de mexicanos (¿libres?) la oportunidad de celebrar y hasta de excederse. Todavía hay quienes creen que la del 15 de septiembre es una “noche libre”. Esa masa, después, es la misma que admira y ovaciona el desfile de las fuerzas armadas, cuyo propósito final es evidenciar su apoyo a quien lo comanda, al que por seis años tiene el monopolio exclusivo del uso de la fuerza, y no necesariamente, por desgracia, para mostrar equipamiento y talento destinado, precisamente, a la defensa de la soberanía nacional.

Cuando el Presidente, en su arenga, lanzó vivas a la independencia y a la soberanía nacional, vino a la mente la recientemente aprobada reforma energética. No se pone en duda partes de ella y de otras de las llamadas reformas estructurales, hay cosas positivas para el país. Pero prevalece la legalización de los contratos de producción compartida y de utilidad compartida. La propaganda oficial insiste que ni se entrega el petróleo ni se entrega su renta. ¿Qué no significa lo mismo compartir producción y compartir utilidad? ¿Eso no es un contrasentido cuando se lanzan vivas a la independencia y la soberanía? ¿Por qué entonces celebrarlo o aplaudirlo?

Durante el llamado “priato” (sus primeros 75 años en el poder) el abuso de esa cargas patrias era considerado populismo y la oposición exigía que se matizara, que se hiciera notar su verdadero significado. ¿Pero no es también populismo (aunque de otro signo) festinar una mentira?

Si el grupo en el poder y sus acólitos en el Congreso han decidido que el camino de México es abrirse por completo y entregar recursos estratégicos en congruencia con la fantasmal globalización, pues que nos pregunten a todos. No es cierto que el Congreso, aunque pongan el grito en el cielo los fanáticos de la institucionalidad, represente a la mayoría de los mexicanos. Yo, la verdad, no me siento representado por ellos. Por eso mi Grito, en estas fiestas patrias fue: ¡Viva la consulta popular!

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