El precio de la máscara

Gabriel Cruz

OPINIÓN 17/01/2017 09:46 Gabriel Cruz Actualizada 09:46

Perder la incógnita para un luchador suele ser un golpe del que muy pocos se recuperan. Acaba con carreras y destierra a los perdedores al olvido.

El Súper Comando es un luchador al que el destino mandó a la hoguera para defender su máscara, con el único aliciente de ir en busca de la gloria.

El rudo se batió hasta el último aliento pero no fue suficiente. Terminó la batalla con el rostro descompuesto, las marcas del dolor sobre su piel y una cruel incertidumbre amenazando su futuro como profesional.

Fue en la Navidad de 2015 cuando al fin le llegó al Comando una cita con el pancracio, por la que se había azotado durante muchos años.

Y la enfrentó decidido a consagrarse. Pero la lucha libre le tenía una mala jugada para la noche que había soñado desde su primera maroma, guiado por el recuerdo de su padre luchador.

Las luces de la arena se apagaron, la frialdad de la arena México, egoísta, recuperó su espacio tras la salida de los aficionados que vieron caer al rudo. El perdedor estaba solo en el vestidor.

Entonces, tomó su maleta para salir por primera vez sin su capucha del coloso. Recuerda que se despidió en cierta forma de él, sabía que tal vez nunca volvería. No lo haría como enmascarado.

Poner algunos kilómetros de distancia no fue la solución para su tragedia. Se refugió en un avión para intentar olvidar, la lucha era su vida, pero la mitad de ella se quedó muy atrás, sobre el enlonado de la Doctores.

Un país lejano lo abrigó y le ofreció una nueva oportunidad. Pensó que nunca volvería a México, pero lo hizo. Pasaron dos años pero está de regreso en su país, en su barrio y con los mismos anhelos de ser estrella en el deporte de los costalazos de paga.

Sabe que el camino por andar será más duro. Tendrá que reinventarse, todavía carga su máscara en cada salida al gimnasio, aunque sabe que la ha perdido para siempre. 

Se ha sorprendido en más de una ocasión a punto de ocultar su identidad tras ella; entonces, disimula y la sostiene en la mano, muda cómplice de la pena que taladra su corazón. Algún día, piensa, la guardará para siempre. No tiene otro camino que la rudeza. Su gesto no lo podría llevar por otro rumbo. Está listo para la revancha.

Buenas luchas!

 

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