No se necesitan príncipes

OPINIÓN 15/02/2016 04:00 Actualizada 04:00

No se han visto con Francisco las multitudes que en su momento convocó en las calles de la ciudad de México Juan Pablo II, pero entonces no vimos con el ahora santo, la humildad y hondura de pensamiento que el Papa jesuita ha derrochado en estos dos días que lleva en nuestro país. Sencillez y profundidad que no son, como pareciera, una contradicción.

Desde el inicio de su pontificado, Francisco mostró una humildad con la que ha sido congruente en estos casi tres años que lleva en el trono de Pedro. Y aquí, por ejemplo, ante los fieles que lo acompañan en todo momento afuera de la Nunciatura Apostólica, dejó ver la sencillez con que les recuerda cómo rezar y la congruencia con su particular modo de vivir la fe, en los mensajes que dio Palacio Nacional y en la Catedral Metropolitana. Así, mientras abrazó a sus fieles, recriminó al poder económico y político, y a obispos y cardenales, los príncipes de la Iglesia.

Francisco se convirtió así en el primer Papa que es recibido en el Palacio Nacional aun con las relaciones diplomáticas restablecidas en 1992, lo que entraña un hecho histórico tratándose de un país, el nuestro, que mucha sangre derramó en la confrontación Iglesia-Estado. Ya con la vista puesta en el presente y de cara al futuro, significa la reconciliación plena entre México y El Vaticano.

Desde ese inmejorable escenario, el Patio de Honor de la sede del Poder Ejecutivo, se refirió al bien común que ahora, dijo, no tiene buen mercado, y advirtió que el camino del privilegio o el beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, convierte a una sociedad en “terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la violencia, la exclusión y el tráfico de personas”, plagas que causan sufrimiento y frenan el desarrollo. Y justo ahí estaban los privilegiados, buscando la foto con el Papa, sólo por eso, por la foto, no creo que para redimirse.

En la Catedral congregó a obispos y cardenales mexicanos, príncipes de la Iglesia. Le dirigió un discurso duro, de hecho un regaño, por la distancia que ellos mismos han agrandado con su grey, y por las divisiones e intrigas existentes al interior de la jerarquía episcopal. “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”, les pidió desde el Altar del Perdón. Y les recordó: “No se necesitan príncipes, sino una comunidad de testigos del señor”.

El discurso de Francisco repasó los graves problemas de violencia que ha traído a México el narcotráfico, amenaza de la que, a su juicio, no ha sido ajena la Iglesia mexicana, ni por el daño causado a sus miembros ni por la posibilidad de que la contamine.

“Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anticívico que representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza”.

Un punto central del mensaje fue el de la necesaria unidad de la jerarquía ante el tamaño de ese y otros desafíos. Incluso se salió de las líneas que llevaba escritas: “Si es preciso peléense pero háganlo dando la cara, peléense como hombres, diriman las diferencias y después recen juntos como los hombres de Dios que son. Él mismo reveló que improvisaba, le ganó la emoción y la hondura de su reflexión:

“No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubes de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias”.

Y el cardenal Norberto Rivera, arzobispo primado de México escuchaba ahí, sombrío, rumiando el secreto a voces que refiere su incómoda relación con el Papa y de la confrontación que sostiene, desde el conservadurismo que representa, con los actuales dirigentes del Episcopado Mexicano.

Acusaba recibo, junto con toda la jerarquía, de un mensaje abrumadoramente sencillo y muy cercano a los tonos y a las formas de nuestro hablar latinoamericano: “No se duerman en sus laureles”.

 

@RaulRodriguezC

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