Las voces en el camino

OPINIÓN 13/12/2013 05:00 Actualizada 05:00

Acto seguido: “Es muy peligroso andar en motocicleta. Si supieras a cuántos he visto en los quirófanos”, me dijo un galeno que estaba sentado junto a mí. Pero como ya aprendí que no vale la pena discutir eso, —los motociclistas de corazón me darán la razón—, sonreí, le di un trago a mi café y contesté: “Sí, lo sé, pero amo andar en moto”.

Entonces me acordé de la voz del doctor que, justo hace dos años, me puso una regañiza mientras estaba en la cama del hospital. Hasta ahí me llevó una ambulancia, luego de que una morrita se pasó un alto en el coche prestado de su mamá y nos atropelló a mi amigo Rafiki y a mí cuando íbamos en La Rubelia.

“No sé cómo se te ocurre andar en moto. Eres de las pocas que llegan aquí con vida y con el cuerpo entero. Muchos no tienen la suerte de contarlo”, me dijo mientras revisaba mi cuello y espalda. “Espero que después de esto no te vuelvas a subir”, advirtió. Con todo el respeto que merecen los médicos… lo desobedecí. Sigo rodando.

¿Por qué les cuento esto? Sucede que me llegó la emoción porque hoy se cumple un año de compartir con ustedes en este espacio mis aventuras con La Rubelia y eso me hace muy feliz. Recuerdo que la primera aventura se tituló: “El día en que me atropellaron”.

También se cumple un año más de seguir la pasión heredada de mi padre —el culpable de que yo sea motociclista—, cuya voz dice que sólo se bajará de la moto cuando ya no pueda más. Saben a lo que me refiero.

Este momento coincide, incluso, con las cosquillas en la panza que me provocó hace unos días la voz de un amigo que anda en una enorme y preciosa BMW. Recordamos la vez que, por cuestiones de trabajo, me lo llevé en La Rubelia desde el Centro de la ciudad hasta la delegación Milpa Alta; allá donde el viento da vuelta, ¡ja!

“Yo no sabía andar en moto ni tenía una, pero gracias a ese viaje me enamoré de las dos ruedas. Gracias a ti”, me dijo. Quedé sin habla, pasé saliva. Me sentí feliz porque mi moto y yo logramos hacer que un hombre —sí, es por cuestión de género en una sociedad desafortunadamente machista—, decidiera andar en moto luego de pasear con una mujer que maneja la suya propia y su propio camino.

Y antes de que se me salgan las de Remi, quiero agradecer a Mary por brindarme este espacio para contar cómo el ser motociclista en las calles y en la carretera me hace vibrar y sentirme libre, poderosa.

Pero sobre todo, agradezco a ustedes que cada viernes me buscan en este espacio para leer las aventuras de La Osa y a quienes se han tomado la molestia de escribirme por mail o en Facebook. Espero que lo que les cuento les siembre, como a mi amigo, la pasión por Rodar en Libertad.

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