Juvenicidios

OPINIÓN 12/11/2014 05:00 Actualizada 05:00

Víctor Quintana, luchador social y académico de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, ha utilizado desde hace años, el término juvenicidio para definir le muerte violenta de jóvenes en nuestro país… homicidios, feminicidios, infanticidios y cada vez con mayor frecuencia, sí, juvenicidios.

Si bien es cierto que la violencia no se puede considerar una enfermedad, socialmente sí constituye un problema de salud pública, puesto que afecta psicológica y físicamente a la población, por los daños que provoca.

La ola ascendente de represión masiva, asesinatos y violación a los derechos humanos de los más jóvenes en México, ha sido la constante en la última década. De acuerdo con el Inegi, las muertes violentas en nuestro territorio representan el 38.8% de las defunciones acontecidas en este grupo de población.

Según el estudio del Banco Mundial “La violencia juvenil en México”, de 2008 a 2010 se triplicó la tasa de homicidios juveniles en nuestro país, para llegar a los más de 25 mil decesos, que para el 2013 creció a 30 mil personas muertas en esa etapa de su vida.

Desde el inicio de la guerra estúpida de Calderón en contra del narcotráfico, se decía que las muertes eran a causa de disputas entre organizaciones criminales. Posteriormente, al trascender las denuncias de la población, sobre arbitrariedades policiacas, se decía que eran daños colaterales, y para justificar masacres como la de Tlatlaya, se nos dijo que las muertes eran a causa de enfrentamientos con el crimen organizado.

La guerra ha militarizado al país entero y generado múltiples grupos delincuenciales por las escisiones de los grandes cárteles a causa de la aprehensión o muerte de sus capos. Esto ha dado como consecuencia un proceso de paramilitarización en el país, donde el uso de armas de fuego en homicidios juveniles se ha incrementado al triple.

Enrique Peña Nieto considera la corrupción como “cultural”. En lugar de combatirla, la practica. La corrupción es el cimiento de la descomposición política y la penetración del crimen organizado en las estructuras partidistas y gubernamentales.

Por eso, la guerra le sirve al Estado para reprimir los movimientos sociales que luchan y defienden su derecho a la alimentación, a la vivienda, a la salud, a la educación, como en el caso de los normalistas de Ayotzinapa, donde el Estado criminal persigue, secuestra y desaparece a los estudiantes campesinos. ¡No más juvenicidios!

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