El encanto que provoca tu fragilidad

OPINIÓN 11/07/2013 05:00 Actualizada 05:00

¿Te ha pasado que no puedes sacar una canción de tu cabeza? Suele pasar, sobre todo cuando extrañas algo o al suspirar por alguien. Así me ha sucedido últimamente, que revolotea en mi cabeza, como un murciélago hiperactivo, ese coro que dicta “podría gritar que me dejes beber de tu sangre”.

Una y otra vez resuena en mi cabeza: “El pensar en ti me hace recordar/ el encanto que provoca tu fragilidad./ Quedarme sentado aquí me puede congelar,/ el hablar de ti me puede delatar”. Y eso que estoy en un bar moderno llamado Pervert Lounge. No me siento muy borracho pero es que me resisto a aceptar del todo mi condición de tipo solitario. Miro a una multitud de cuerpos danzando desaforadamente mientras suena una canción electrónica que no reconozco, aunque me parece que es de David Guetta. Siento un terrible vacío, estoy fuera de lugar, rodeado de veinteañeros reventados, ansiosos, cheleros, enfebrecidos. He ligado a una chava llamada Erika, de pelo corto y blusa semidesabotonada que deja al descubierto un provocativo ombligo, tan sensual como sus caderas prometedoras. Ella no se da cuenta de mi ansiedad y dejamos de bailar para refugiarnos en la barra. Pide otra corona; prefiero un ron cualquiera. Entonces me platica que tiene un vecino que le ha contado que una de sus amigas acaba de morir porque andaba con un chavo que se sentía vampiro y que le chupó, poco a poco, toda la sangre, hasta que ella no tuvo fuerzas para levantarse de la cama y que allí se quedó durante varios días, más de diez. Luego encontraron su cuerpo, escuálido, putrefacto.

Me dan ganas de reír como si el asunto fuera divertido, pero más que nada porque Erika me pregunta: “¿No es una locura?”. Le digo que tal vez sea verdad, por increíble que parezca.

“No inveeeentes”, replica ella en tono súper fresa y continúa, “los vampiros no existen”. Bueno, reflexiona, “sólo en las películas como Crepúsculo”.

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Sonrío con malicia, aunque ella cree que es en tono de burla, así que le aclaro que “eso de Crepúsculo son puras jaladas para adolescentes calenturientos”. Erika me mira como si yo estuviera hablando en rumano. Ella no intuye que está en peligro, que su vida depende de mi buen o mal humor. Su ingenuidad, su expresión de “yo-no-creo-en-tonterías” logran que todo me resulte mucho más excitante y siento un ligero escalofrío de placer y me dan ganas de lanzarme sobre su cuello allí mismo, pero me contengo y sólo la miro fijamente a los ojos. Erika se queda encandilada por unos segundos, se acerca con suavidad y me besa en los labios con humedad concupiscente. Después se aparta, sonríe, me guiña un ojo y retoma el tema de su vecino.

—¿Sabes qué es lo más chistoso de todo? —pregunta y ella misma se contesta— Que Alex, mi vecino, me dijo que aquí fue, en este antro, donde su ex novia conoció al chavo que era vampiro. ¿Tu creeeees? —otra vez lanza ese maldito tono afresado que tanto me fastidia.

—Puedo creer eso y mucho más —respondo—. En este país nada es imposible.

Erika ríe con gracia, como si yo hubiese dicho una barbaridad. Y en ese preciso momento comprendo que sí voy a ahogarme en su níveo cuello.

Y sí, más de madrugada nos vamos a su departamento, donde nuestros cuerpos se incendian. Mientras ella alcanza el clímax le enseño por un momento mis colmillos afilados, pero no los ve porque tiene los ojos cerrados, así que no me otorga el lujo de observar el terror de sus ojos... pero eso no tiene la menor importancia y muerdo su piel, justo abajo del lóbulo de la oreja, y ella grita de placer, de dolor, de pánico... no lo sé.

Observo su pálida silueta sobre la cama. Me visto con calma. Me pongo los audífonos y programo en el iPod esa rolita de Los Amantes de Lola que bien podría ser una especie de himno: Beber de tu sangre. ¡Ja!, suelto una mueca que intenta ser sonrisa, mientras pienso que las cosas a veces son muy chistosas, paradójicas, para nosotros los muertos vivientes. Salgo del departamento poco antes de las cuatro de la mañana, seguro de que tardarán en encontrar su cuerpo, y la tonadilla pegajosa escapa de mi boca mientras me pierdo entre las calles vacías, oscuras todavía: “El pensar en ti me hace recordar/ el encanto que provoca tu fragilidad./ Quedarme sentado aquí me puede congelar,/el hablar de ti me puede delatar./ Podría gritaaaaar que me dejes beber de tu sangreeeee”.

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