Amor, hombres y su dinero

OPINIÓN 09/10/2013 05:00 Actualizada 05:00

Se ha vuelto todo un dilema el tema del dinero en la relación de pareja, ya que mientras algunas personas aseguran que lo más justo es que cada quien aporte 50% de los gastos, otras opinan que el hombre es quien debe ser el mayor proveedor en la relación.

Lo cierto en este escenario es que cada día es más común que sean menos los varones que sostienen completamente a sus familias y que, además, a muchos les pesa hacerlo.

Una de las principales causas, y en ocasiones justificaciones que se dan al respecto, es que la economía familiar así lo requiere y, si bien es cierto que las crisis económicas obligan a ambos miembros de la pareja a generar ingresos que les permitan una vida más digna, cierto es también que esto ha afectado la forma en que los varones asumen sus compromisos familiares.

Las principales quejas de las mujeres sobre el tema es que si bien ellas contribuyen trabajando fuera de casa para meter ingresos económicos, pocas veces el hombre, por sí mismo, toma la iniciativa de responsabilizarse de los asuntos domésticos, de la crianza de los hijos y de la administración del hogar.

Cierto es que, por fortuna, hoy algunos hombres que contribuyen con esto, pero lo asumen como una “ayuda” y no como una obligación; esto, dicen los especialistas en relaciones de pareja, marca una visión importante, pues cuando uno sabe que tiene una obligación la cumple y ya, pero cuando uno cree que ayuda, delega la mayor parte de la responsabilidad en el otro y, además, le hacer creer que le debe el favor.

Por otra parte, dicen, hay que tomar en cuenta el significado del dinero para cada uno. Durante cientos de años el dinero ha sido, para los varones, más que un medio de conseguir bienes, el reflejo de su esfuerzo y su capacidad frente a los demás, de lograr metas. El dinero les da poder.

Para las mujeres, si bien es producto de su esfuerzo también, es simplemente el medio para adquirir lo que su familia necesita. Durante centurias al hombre se le educó para ser proveedor, mientras mejor proveía, más elevada era su imagen. “Un buen partido es trabajador y con buen sueldo”, decían las abuelas.

De tal forma, el dinero se volvió para los hombres el reconocimiento social más alto que no sólo le permitía mantener a su familia, sino adquirir objetos y lugares destacados.

Pero cuando el aporte femenino llegó, pasó algo peculiar, según los especialistas: el hombre se vio primero en competencia en el campo laboral con personas (mujeres) con quienes jamás había competido, y dos, quizá lo más grave, la mujer desvalorizó el sentido del dinero que le daba el hombre.

Esto último ha hecho que los varones al ya no sentirse valorados en su única gran aportación, se aferren más a ello.

A los varones no se les ha enseñado a valorar sus emociones, no se les ha enseñado a educar hijos, a cuidar un hogar. Su enseñanza radica en mucho en dos cosas: mantener a su familia y protegerla.

Cuando estas dos cosas no se reconocen en ellos, su interés por la pareja y la familia bajan, y su necesidad de proveerse a él mismo crece. Hoy, muchos varones ya no quieren mantener a una mujer porque piensan que es desventajoso, no dan pensiones a sus hijos porque se creen estafados, no dicen cuánto ganan por miedo a que otros les controlen los ingresos, es decir, pierdan lo que generan.

Así, el problema y el error está en determinar cuánto y qué da cada quien como regla general. Las parejas de hoy deben ser más abiertas en este campo y ver con claridad las aportaciones totales que cada uno da a la relación, tanto en campos emocionales, como físicos, económicos, estructurales… y hacerse responsables de los compromisos que cada área requiere, aportar sin mezquindad en todas ellas y poner límites para impedir abusos.

Por ello, también las mujeres deben aprender a revalorar lo que por milenios el hombre ha aprendido, ha dado y le sigue importando: su dinero.

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