Tierra de ratones

OPINIÓN 08/12/2014 05:00 Actualizada 05:00

Tierra de Ratones era un lugar donde todos los roedores vivían y jugaban, nacían y morían. Vivían de la misma manera que nosotros. Incluso tenían un gobierno y su Congreso. Cada tres años tenían elecciones federales. Las presidenciales cada seis. Iban a las urnas y votaban. A algunos, incluso, el gobierno o los partidos los llevaban a votar a las casillas. Transporte gratuito que sólo recibían cada cuatro años, para ser sinceros.

Cada vez que había comicios, todos los ratones emitían su voto y elegían gobierno, siempre uno formado por enormes y gordos gatos negros. Si crees que es extraño que ratones elijan a gatos como gobernantes, sólo mira nuestra historia y verás que ellos no son más estúpidos que nosotros.

Quienes conformaban el gobierno felino en Tierra de Ratones eran buenos compañeros, la llevaban muy bien entre sí y se conducían con dignidad. Aprobaban buenas leyes, es decir, leyes que eran buenas para los gatos, no para los ratones.

Una de esas leyes decía que la entrada a las ratoneras tenía que ser redonda y de tamaño tal que un gato pudiera meter la pata en ellas. Otra decía que los ratones sólo podían moverse a ciertas velocidades para que el gato pudiera conseguir su desayuno. Leyes todas ellas que eran buenas para los gatos, pero muy duras para los ratones.

Cuando éstos la tuvieron más y más difícil, sin poder aportar nada más de lo mucho que ya daban, decidieron que debían hacer algo al respecto: Fueron en masa a las urnas y votaron contra los gatos negros. Eligieron entonces a gatos blancos.

Ellos habían hecho una campaña genial. Dijeron: todo lo que necesita Tierra de Ratones es más visión de futuro, reformas transformadoras. Diagnosticaron: el problema en Tierra de Ratones son las entradas redondas de las ratoneras. Y propusieron: si ustedes nos eligen, haremos entradas cuadradas.

Ya en el poder las hicieron y esas entradas cuadradas duplicaron el tamaño de las redondas. Ahora el gato podía meter las dos patas y la vida de los ratones corrió más riesgos que nunca y era más dura.

Cuando ya no pudieron soportar más la mortandad desatada por esos cambios en las ratoneras, los roedores votaron contra los gatos blancos para elegir de nuevo a los negros. Pero todo siguió igual o empeoró, por lo que volvieron a elegir a los blancos, y luego, una vez más a los negros. Los gatos le llamaron alternancia y estaban muy contentos por el avance democrático que eso significaba.

Los ratones, cada vez más agobiados y agravados, buscaron alternativas al votar por gatos mitad blancos y mitad negros. Lo llamaron gobierno de coalición, pero nada. Entonces intentaron un gobierno de gatos con manchas blancas y negras. Eran felinos sin una identidad clara, que intentaban sonar como ratones, pero que seguían comiendo como gatos.

Podrá usted inferir, estimado lector, que el problema no estaba en el color de los gatos. El problema estaba en que eran gatos, y porque lo eran, naturalmente veían por sus intereses, no por los de los ratones.

Un día apareció un roedor sensato, maduro, dueño de un envidiable sentido común que la mayoría de sus congéneres habían extraviado en medio de tanto agravio. Venía con una idea muy clara que planteó así a la comunidad: ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno hecho por gatos?, ¿por qué no elegimos un gobierno hecho por ratones?

¡Oh!, exclamaron los gatos y los ratones más temerosos: ¡es un comunista! Y lo metieron a la cárcel. Él quedó encerrado, pero no su idea y Tierra de Ratones lucha para que gobiernen los suyos, pues ya nadie duda, salvo los gatos, que es la única manera de salir del actual despeñadero.

Esto que le cuento a grandes rasgos, es una fábula hecha discurso por Thomas Douglas, un escocés nacido a principios del siglo pasado, que emigró a Canadá y se convirtió en el séptimo primer ministro de Saskatchewan, para formar después un partido socialdemócrata que promovió e introdujo el sistema de salud pública en esa nación.

El discurso lo pronunció a principios de la década de los sesenta y hablaba en su fábula de Canadá, sin que haya hoy mucha diferencia con nuestro México.

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