Los maestros y los platos rotos

OPINIÓN 08/04/2013 01:00 Actualizada 01:00

La movilización de maestros de la CNTE y de algunas secciones del SNTE está muy lejos de haber sido frenada con el desalojo del contingente magisterial que durante seis horas mantuvo bloqueada el viernes pasado la autopista del Sol.

El repliegue de manifestantes y la liberación de la importante vía de comunicación a la altura de Chilpancingo estuvo a cargo de la Policía Federal en un operativo considerado básicamente limpio: cinco detenidos y cuatro personas levemente heridas.

Una transmisión televisiva en vivo permitió ver a un comandante policiaco informar a los manifestantes que bloquear autopistas es un delito, que tenían la instrucción de liberar la vía y que los uniformados no llevaban armas de fuego. Luego, hasta en tres ocasiones, los invitó a abrir el paso y, después, dialogar sobre sus demandas.

La televisora que transmitía estos hechos mostraba, por otra parte, a quienes identificaba como interlocutores de los docentes, de los que destacaba su posición de intransigencia con su reiterada negativa a moverse.

El medio de comunicación contrastaba así lo que ni es motivo de aplauso ni debe sorprender a nadie. Cada parte estaba en lo suyo: los maestros inamovibles, exacerbando ánimos de autoridades y de miles de automovilistas afectados por el bloqueo; y la Policía Federal evitando la comisión de un delito mediante los protocolos de uso correcto de la fuerza, lo que deben ser una constante en su actuación y no motivo de ensalzamiento porque ahora lo dejaron ver —porque así lo quisieron— por la televisión.

La misma opinión aplica si el asunto se extrapola a otros niveles: la reforma educativa (se esté o no de acuerdo con ella) ya es una norma constitucional, por lo que el gobierno federal debe hacerla valer; en tanto que los maestros opositores están en su derecho de protestar contra ella, aun conscientes de que al hacerlo van contra la ley, porque siendo actores centrales del cambio educativo pretendido, ni siquiera fueron consultados al respecto.

De manera que tampoco es digno de aplauso sino el simple cumplimiento de una obligación, que el presidente Enrique Peña Nieto diga que estuvo al tanto de las acciones que se tomaron en la autopista del Sol, que asuma el costo del uso de la fuerza contra los docentes y que advierta que la ley no se negocia (nada más faltaba que no estuviera enterado, se sacudiera su responsabilidad política y negociara la Constitución); ni es creíble que los maestros ahora denuncien que fueron brutalmente reprimidos por ejercer sus derechos, cuando es claro que la Policía Federal procedió de acuerdo con los protocolos de uso de la fuerza, precisamente cuando ellos violentaban sin miramientos derechos de los demás.

El asunto, pues, está trabado y sin solución. Las posición es encontrada. Y esta semana, a no dudarlo, escalarán las protestas en Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Chiapas y el Distrito Federal, donde ya se encuentran contingentes listos para la movilización.

Nadie, por lo demás, puede estar en contra de dos ideas básicas de la reforma educativa: la recuperación de la rectoría del Estado en la materia y el objetivo incuestionable de mejorar la calidad de nuestra educación.

La rectoría del Estado debe garantizar, entre muchas otras cosas, que nuestros hijos no se queden sin clases por asuntos extraescolares y que quienes cumplen la delicada tarea de educarlos tengan el mejor nivel. Pero eso no autoriza a ignorar y hacer a un lado a docentes que, lo creo sinceramente, no se oponen a la evaluación, sino a formas no precisadas aún de la manera en que serán evaluados. Ven en ellas herramientas (quizá equivocadamente) para deshacerse de quienes están comprometidos con un modelo educativo que privilegia valores como la identidad nacional, la solidaridad, la unidad y el amor a la patria, para dar paso a otros propios de la globalización como la eficacia, la competencia, la productividad, la estandarización, el individualismo y el consumismo, más cercanos a un modelo proempresarial y mercantil.

Quizás podría lograrse un justo medio en el modelo de educación que se busca, pero eso es lo que debió hablarse y discutirse antes de proceder a una reforma que, por lo visto, no es producto de consultas desde la base, sino de acuerdos cupulares que incluso cuestionan la representatividad de diputados y senadores.

Se están pagando pues los platos rotos y un riesgo similar podrían correr otras reformas por venir, mediante el acuerdo cupular llamado Pacto por México.

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