Una historia del tío, el oso y el mandarín

OPINIÓN 07/03/2014 05:00 Actualizada 05:00

La Guerra Fría es el periodo histórico que va del final de la II Guerra Mundial (1945) al colapso de la Unión Soviética (1991). En esos 46 años, Estados Unidos (capitalismo) y la URSS (socialismo) se enfrentaron por la supremacía política, económica, social, militar, informativa y hasta deportiva. Fue un choque ideológico en el que las dos superpotencias se repartieron el mundo en zonas de influencia y se amenazaron mutuamente con su respectivo poderío militar nuclear, sin que llegaran, jamás, al abierto choque armado, a una guerra caliente que, por lo demás, hubiera acabado con el planeta. De ahí el término Guerra Fría, que acabó por perder el socialismo real.

La explosiva crisis que evoluciona estos días en Ucrania enfrenta al mundo, otra vez, al peligro de una guerra caliente a gran escala y, por lo pronto, lo tiene metido en el segundo capítulo de esa Guerra Fría, reedición que tiene sus diferencias, ya que no sólo es ahora el reparto bilateral del mundo y la confrontación de las viejas superpotencias, sino un choque multilateral de bloques de influencia geopolítica al que se han sumado otros jugadores.

Ucrania, como parte de la URSS, estuvo sometida al yugo soviético. Por decisión de uno de sus más polémicos dirigentes, Nikita Kruchov, la península de Crimea (territorio geográficamente ucraniano pero república autónoma por un problema de etnias), le fue cedida a Ucrania. El control central que ejercía Moscú no afectaba entonces el dominio absoluto del Kremlin y la protección necesaria de la base naval de su poderosa flota del Mar Negro.

Después del colapso de la URSS, se confrontó la oligarquía de Ucrania (convertida ya en república independiente): una parte proeuropea (en busca de un mayor acercamiento a Occidente) y otra prorrusa, sobre todo la establecida en torno de la base naval de Crimea.

Ucrania, en medio de la severidad de la crisis económica, recibió importantes fondos de la Rusia de Putin y, paralelamente, negoció un tratado con Europa, promovido sobre todo por la Alemania de Angela Merkel. Cuando el acuerdo con Europa estaba por firmarse, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich, prorruso, decidió no hacerlo. Eso desató las violentas protestas de quienes desean integrarse a Europa. El violento y sangriento choque terminó con la deposición del mandatario.

En ese momento, Rusia decide intervenir abiertamente: entra a Crimea, toma control de sus posiciones navales estratégicas y amenaza con seguir avanzando en territorio ucraniano. Europa y Estados Unidos ponen el grito en el cielo e imponen sanciones económicas que se antojan tibias.

Además de que Ucrania es una región superestratégica por la que pasan los gasoductos que suministran a Europa del gas ruso, no hay que perder de vista que, en el lapso que va de la caída de la URSS a la actualidad, Moscú ha perdido su influencia en muchos de los países que estaban en su órbita, incluso sus ex repúblicas que se han acercado y alineado con la Unión Europea.

Así que esta vez, el oso ruso, hoy representado por Vladimir Putin, dio una especie de “ya estuvo, ni una cesión más”. Su país se recupera a toda velocidad de la derrota histórica del socialismo real y se despereza. Está decidido a impedir que se instale en su frontera una nación influenciada por Alemania (su enemigo histórico), que podría ser parte, además, de una alianza militar occidental, la OTAN.

Y el oso ruso no sólo dijo “ya estuvo”. También dijo y les dice: “háganle como quieran”. Porque resulta que Rusia suministra a Europa más de la mitad del gas que consume; y frente a Estados Unidos, no se puede hablar en este momento de una situación de fuerzas equilibradas: el tío Sam, en medio de su crisis económica, reduce gastos de defensa: ya se retiró de Irak y sale paulatinamente de Afganistán; no pudo intervenir militarmente en Siria porque el oso ruso le ganó la partida; incluso Putin le dio a Obama una salida digna del atolladero en que se había metido en el camino a Damasco.

Además, Moscú es poseedor de 200 mil millones de dólares de bonos del tesoro estadounidense, menos de una quinta parte, sí, de los que posee China, pero imagínese usted lo que pasaría si transfiere esas reservas a otra divisa. El oso ruso y el mandarín chino (que ahora andan muy de la manita), tienen agarrado del cogote al tío Sam¸ también su enemigo histórico. Y en este contexto parece claro el objetivo del ex agente de la KGB Vladimir Putin de crear un gran bloque geopolítico euroasiático que, inevitablemente, chocará con el que tendrán que recomponer Europa y Estados Unidos. ¡Uf, qué complicado está el mundo!

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