México, hacia el bipartidismo

OPINIÓN 01/06/2015 05:00 Actualizada 05:00

EN VEINTISÉIS AÑOS (1989-2015) los políticos han hecho nueve reformas constitucionales en materia electoral. No hay país en el mundo con semejante marca. Pero los legisladores mexicanos están convencidos de que una triquiñuela electoral se resuelve o evita con cambios a la ley. Y así se la llevan hasta el infinito, de crisis en crisis electoral, hasta que se hace necesaria otra modificación a la ley que volverá a ser insuficiente y necesariamente modificada.

Pero esa dinámica de ‘chanchullo’-reforma, forma parte, en el fondo, de la construcción de un modelo esencialmente bipartidista definido y planeado desde 1989 por el gobierno priísta de Carlos Salinas de Gortari, que continúa en desarrollo y acaso tenga una expresión clara en las elecciones presidenciales de 2018.

Con urgencia legitimadora, pues no se olvide que Salinas le robó la elección al reformista Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, aquel PRI del “triunfo contundente e inobjetable” que nadie le creyó, acordó con un PAN más pragmático, menos amarrado a sus principios originarios y ya dominado por grupos empresariales norteños que impusieron la candidatura presidencial de Manuel J.Clouthier, el plan que llevara al modelo bipartidista.

De aquel acuerdo vino la legitimación del gobierno de Salinas por parte de un partido que, al igual que la izquierda, había reclamado fraude en la elección, el primer gobierno estatal panista (Ruffo en Baja California), las ‘concertacesiones’ en estados como Guanajuato y una cantidad suficiente de votos en el Congreso elegido en 1991, que facilitó reformas como la que avaló las asociaciones de capital privado con ejidatarios, la que reconoció a las Iglesias y la que permitió la educación religiosa en las escuelas privadas, entre otras.

Aquella alianza PAN-PRI llevó a la alternancia y, en principio, al modelo bipartidista deseado por ambas fuerzas, lo que se concretó con los gobiernos de Fox y Calderón que impidieron, a toda costa, el eventual triunfo de la izquierda representada en el PRD y candidatos-caudillos como Cárdenas y AMLO.

En el trayecto, las diferencias políticas e ideológicas de tricolores y albiazules se fueron desdibujando hasta ya casi no existir. Los dos partidos se volvieron lo mismo aunque las élites ven en ellos la opción del bipartidismo y la alternancia, y saben que representan y defienden sus intereses. La verdadera oposición, durante los gobiernos panistas, la ejerció el PRD en aquellos años.

Hoy, con el ‘cuento chino’ de la izquierda moderna y dialogante, ese PRD dejó de ser la izquierda o de representarla electoralmente. Hoy, con ‘Los Chuchos’ al frente, es una organización burocrática y ‘fantasmal’ que recibe a manos llenas del gobierno, tras sumarse con PRI y PAN en el Pacto con México para avalar la privatización del petróleo y otras de las tan cantadas reformas estructurales.

En ese contexto, no es descabellado plantear estos dos asertos lamentables:

1. Que el PAN y el PRD no tienen futuro sin el PRI y de ahí que se infiera que la suma de esas tres fuerzas será la que apuntale a una de las opciones bipartidistas, consecuencia de aquel acuerdo de 1989.

2. Y que la otra opción será la que eventualmente pueda hacer confluir Morena en la figura caudillista de López Obrador, apoyado por otras pequeñas fuerzas políticas de signo similar y sectores inconformes del panismo, priísmo y perredismo. Sus posibilidades se fortalecerían si esta opción tomara como causa propia la de los movimientos sociales, a los que tanto miedo le tienen los partidos políticos, incluyendo los de la izquierda.

Esa confrontación bipartidista, claramente ideológica, se podría ver tan pronto como en 2018, en las elecciones presidenciales.

Habrá quienes vean como algo natural y redituable que México camine hacia el bipartidismo, lo que por supuesto es respetable. Pero hay otros que vemos en la pluralidad y en la diversidad, el verdadero sustento de una vida democrática.

2. PELIGRO. Un estudio de la UNAM alerta de la falta en el país de controladores aéreos y de un desempeño ineficiente. El Seneam está en crisis y es muy peligrosos que en esas condiciones se ocupe del control del tráfico aéreo.

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