Ante la adversidad

Día del Maestro: Encontró su vocación tras el secuestro de su hermano, en Michoacán

Jaime de la Peña es maestro en una zona rural con carencias y en medio de un clima de violencia

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Foto: Archivo El Gráfico

Al día 15/05/2019 10:30 Redacción Actualizada 10:30
 

Por Carlos Arrieta

Lázaro Cárdenas, Michoacán.- Ni Los Caballeros Templarios ni la extrema pobreza, ni mucho menos los desastres naturales o la distancia han hecho que Jaime de la Peña Velázquez deje de hacer de la enseñanza su más grande pasión. El profesor de la primaria rural 18 de marzo de la tenencia Las Guacamayas, en el municipio de Lázaro Cárdenas, tiene 43 años; 22 los ha dedicado a la docencia.

De la Peña Velázquez platica a EL UNIVERSAL que descubrió su vocación circunstancialmente, luego de haber vivido el secuestro de su hermano. La insistencia de su hermana, la pobreza y su seguridad lo orillaron a tomar la decisión de ingresar a la Escuela Normal de Arteaga, aún contra su voluntad.

“El poquito dinero que teníamos nos lo quitó esa gente [criminales]. A mi hermano nos lo regresaron vivo y dije: ‘Yo, ya no voy a estudiar’. Mi hermana me pidió que me fuera a estudiar a Arteaga para maestro y ella me iba a apoyar’”.

Narra que a pesar de que creyó que no tenía vocación, el programa de estudio de la normal le cambió la vida, al dar su primera práctica en la tenencia de La Ruana, municipio de Buenavista: “Me marcó porque cuando me despedí de los niños, me hicieron llorar. Todavía se me hace el nudo en la garganta y desde ahí dije: ‘Esta profesión es para mí”.

Tuvo que vencer la extrema pobreza y la distancia de El Fresnal, un poblado del municipio de Tumbiscatío, donde estaba la primera escuela en la que dio clases. En esa comunidad, encallada en la parte más lejana de la sierra, no hay luz ni transporte. Se iba de aventón y, a veces, le prestaban un caballo para llegar a la cabecera municipal.

Tenía 22 años y le tocó reabrir esa escuela, la cual tenía varios años cerrada: “Cuando me vine de allá, después de dos años, siguió funcionando. La habilitamos y tuvimos una población aproximadamente de 42 alumnos”, dice. 

Resalta que como normalistas, siempre piensan que al terminar la carrera van a llegar a dar clases a alguna ciudad o cabecera municipal, pero no es así: “Te toca un medio rural de los municipios más pobres del país”.

Lamentablemente, recuerda, en El Fresnal había niños que iban hasta sin comer. Acepta que a pesar de las adversidades, extraña mucho ese lugar por la nobleza de los pobladores. 

Como estaba joven y extrañaba a su familia pidió su cambio y lo enviaron a la primaria 18 de marzo, donde está al frente de un grupo desde hace 20 años.

Para él no hay paros, marchas o manifestaciones; la prioridad son sus alumnos, quienes, junto con los padres de familia, lo admiran como maestro.

En la escuela rural 18 de marzo se conjugan todos los desafíos: extrema pobreza, violencia, desastres naturales y hasta el paso del tren.

Marginación. El trayecto de su residencia en Zacatula, Guerrero, a su centro de trabajo en Guacamayas, Michoacán, es de 20 kilómetros, distancia que recorre a diario.

Gana menos de 10 mil pesos al mes y la mayor parte lo gasta en gasolina y material para sus alumnos.

Expone que en esa comunidad se vive en extrema pobreza y los niños van mal comidos o mal vestidos a la escuela. Aunque trabaja el padre y la madre, apenas les alcanza para medio vivir.

Insiste en que uno de los problemas que enfrenta el maestro rural es que el alumno no lleva las tareas, porque su mamá y papá llegan cansados de trabajar y no los apoyan.

“Es el doble el trabajo, porque tienes que esforzarte al máximo como profesor para poder sacar al niño adelante y muchas veces los problemas familiares sí le afectan. Los retos son grandísimos porque la tienes que hacer de sicólogo”. Además, en esa situación de extrema pobreza, los niños no llevan qué comer y a la hora del recreo cortan mangos de los árboles de la escuela, que es todo lo que se llevan al estómago.

Tampoco, agrega, se le puede pedir a unos niños que vayan e investiguen en internet, porque no hay cobertura y no les pueden decir que compren, siquiera, una cartulina.

Crimen acecha. Para el docente, la violencia es un tema que se convirtió en una especie de cultura general y los niños tienen en su mente que cuando crezcan se van a dedicar al “mal camino”.

“Uno como profesor tiene la obligación de tratar de reorientar, porque eso es lo que ellos ven con sus vecinos: ven pasar las camionetas con gente armada e incluso esa moda de los corridos... Yo estoy en contra, es una cultura que al niño se le va inculcando”.

De la Peña Velázquez lamenta que a los niños de esa zona se les queda en la mente andar en carros de lujo y portar armas, porque ven eso en los adultos y nadie les dice nada; hacen lo que quieren, comenta.

El municipio de Lázaro Cárdenas es una zona de violencia por la presencia de grupos criminales, más aún en la tenencia de Guacamayas, donde aún sobreviven las células del otrora Cártel de Los Caballeros Templarios, de los que ni el magisterio se escapa.

El docente recuerda que en una ocasión llegó un grupo armado al plantel educativo en una camioneta de lujo; una de los sujetos les entregó cajas y le pidió a un directivo que repartiera el contenido con todos los maestros. Les exigió que tenían que leerlos.

“Cuando abrimos el paquete, resulta que era un libro de un líder de Los Caballeros Templarios y dijimos: ‘Tenemos que leer este libro porque si esa persona viene y nos pregunta de qué se trata el libro, no vamos a saber contestar’”.

Precisa que no les ha tocado de manera directa estar entre un fuego cruzado, pero sí han sido testigos de persecuciones entre criminales o autoridades contra civiles armados.

“Ellos [los niños] ya saben, porque nosotros se los hemos aconsejado, que cuando pasa eso pues [tenemos que] agacharnos, tratar de tirarnos al suelo, porque no sabemos si una bala perdida nos pueda tocar. Es lo que les decimos a diario a los niños por la situación tan difícil”, enfatiza.

No se detiene. Lázaro Cárdenas fue uno de los municipios en los que las escuelas sufrieron daños por el sismo ocurrido en septiembre de 2017, y la primaria 18 de marzo fue una de las que tuvieron que ser demolidas por los daños. De la Peña Velázquez indica que para evitar que sus alumnos perdieran clases, las impartió las lecciones, junto con otros profesores, debajo de árboles y rescataron el ciclo escolar.

Expone que, “a pesar de tantas adversidades, el profesor debe ser uno de los ejemplos a seguir de los alumnos para derribar todos los obstáculos que se les ponen enfrente”. 

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